viernes, 31 de julio de 2009

Nuestra educación, bajo lupa externa

La calidad de nuestra educación se está rezagando de manera peligrosa en un mundo altamente competitivo que exige mayores niveles de preparación

La calidad de nuestra educación es un tema que inevitablemente hay que tratar en varias ocasiones durante el año en este espacio, en particular cada vez que algún organismo internacional nos recuerda sobre nuestras deficiencias y problemas.

En esta ocasión correspondió a los resultados del examen internacional estandarizado PISA aplicado en 2006 y que por varios años ha promovido la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Básicamente es un instrumento que busca capturar las habilidades y destrezas de los estudiantes de 15 años en aspectos como matemáticas, ciencias y lectura, y participan cerca de 60 países, incluyendo a todos los miembros de la OCDE, y en México es aplicado a través del Instituto Nacional para la Evaluación Educativa (INEE).

Los resultados que se dieron a conocer tan sólo hace unos días no hacen más que reafirmar lo que ya todos conocemos desde hace mucho tiempo. El nivel cualitativo de nuestra educación en estos aspectos no sólo deja mucho que desear, sino que se estaría rezagando peligrosamente en términos comparativos respecto a otros países, ya que en esta ocasión descendimos en la tabla de posiciones.

Lo que resulta más sorprendente es que todavía existan voces que reaccionen cuestionando dichos resultados bajo argumentos que señalen deficiencias metodológicas en el examen, o voces que intenten justificarlos. En general, cualquier esquema de evaluación que uno considere presentará alguna deficiencia y no existe el mecanismo ideal que deje contentos a todos. Pero desde luego que éste no es punto relevante.

Podemos hacer referencia a otros exámenes internos, como Enlace, los que realiza Ceneval o los procesos estrictos y rigurosos de selección que realizan algunas instituciones de educación superior, y en conjunto todos ofrecen una información similar en lo sustantivo: los resultados educativos de nuestros estudiantes son alarmantemente pobres. Punto.

Las razones fundamentales de esta situación las conocemos todos, y puede realizarse un ejercicio de diagnóstico profundo sólo para esclarecer aspectos puntuales, pero los aspectos centrales están sobre la mesa.

Se ha querido enfatizar que este es un problema de falta de recursos, pero esto no es claro. El país ha dedicado enormes sumas de dinero a la educación desde hace ya varias décadas, lo cual por cierto ha permitido que en las últimas cuatro décadas nuestros indicadores cuantitativos hayan aumentado de manera sustancial y que seamos uno de los países que mantengamos uno de los mayores gastos educativos como proporción del PIB. Pero esto no ha ido acompañado de un avance cualitativo.

Los resultados cuantitativos lucen muy bien en los informes de las autoridades, pero ya no resuelven los problemas de fondo. Este es el caso de la decisión de incorporar a la educación preescolar en el ciclo obligatorio, pero para que esto funcionara se procedió a validar fast track niveles educativos del personal docente vía exámenes Ceneval, pero que dejan mucho que desear por lo disparejo de los resultados.

Para lograr cambios cualitativos sustantivos se requiere de modificaciones profundas y radicales, no sólo en términos de los planteamientos pedagógicos a seguir, sino del marco institucional que define la participación de los diversos actores y las reglas del juego en la materia, y es aquí donde se complica la situación.

Este es un asunto que atañe a los profesores y su organización sindical, a las autoridades federales y estatales, a los directivos de las escuelas y que no se restringe a la dicotomía público-privado. No es sólo un asunto de crear programas ostentosos de alta tecnología, cuando ni siquiera tenemos al personal calificado para operarlos; ni aumentar los días u horas de clases, ya que se puede demostrar que la idea de cumplir los 200 días ha sido una de las más grandes simulaciones.

Recordemos que los profesores deben entregar calificaciones con varias semanas de antelación al fin de curso y luego ya no saben qué hacer con los alumnos.

No se trata sólo de un asunto de “democracia participativa” que se resume en que el SNTE debe necesariamente participar en todo tipo de órgano de evaluación, regulación y supervisión, aun cuando ellos forman parte de los evaluados, regulados y supervisados. No se trata de autorizar más escuelas privadas, en donde muchas de ellas aprendieron rápidamente los mecanismos de extracción de rentas sin cumplir con su objetivo central, ni facilitar el paso de un ciclo a otro en las escuelas públicas olvidándose del tema de méritos.

Los problemas son múltiples, de distinto grado de complejidad, pero con un enorme contenido político, lo que nos deja con muy pocas esperanzas. Pero el problema es mayor cuando recordamos que cualquier modificación que se realice en este momento requerirá de un buen tiempo para cristalizar y ofrecer resultados efectivos.

Los buenos docentes y alumnos no se encuentran debajo de las piedras. Son resultado de inversiones de mediano y largo plazo. Es por eso que nos tendremos que acostumbrar a los malos resultados internacionales aún por varios años, y esto asumiendo que se toman medidas importantes en este momento.

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