domingo, 15 de junio de 2008

Carta a una profesora, veinte años después

Carta a una profesora, veinte años después
Escrito por: Alessandro Mi querida profesora, ese día sus ojos no eran verdes como nos gustaba verlos sino rojos, como las calificaciones de nuestros boletines. Eran notas repintadas con el escandaloso color de la sangre y eso unido a su amor bien grande y bien disimulado hacia los estudiantes de tercero B era el motivo de su rabia. Usted nos gritó como no nos gustaba oírla para decirnos en un tono bien alto: ¡Por culpa de ese maldito mundial van a perder el año, idiotas! ¿Se acuerda, seño Lucy? De eso hace ya veinte años, nuestra profesora de geografía e historia tenía toda la razón, estábamos perdiendo el año por culpa del mundial de Argentina 78. Hasta las mujeres, a quienes no les gustaba el fútbol, iban perdiendo el año. Como han ido y venido los mundiales y la temperatura del planeta han subido nuevamente por estos días a causa de la fiebre indolora que comienza en un rectángulo verde llamado cancha de juego y se propaga pro todas partes a través de una caja con pantalla llamada televisor, he decidido venir nuevamente a esta aula vieja y maltrecha en donde están todavía los pupitres, los tableros y las paredes pintorreadas de avisos groseros alusivos a todo el mundo. Pupitres, tableros, paredes y avisos testimonian sin saberlo el paso turbulento de la adolescencia y los adolescentes. Por ahí ronda el fantasma de Aubint Guarnizo con su mochila llena de chicles viejos que irán a descansar en el cabello del compañero que se descuide o en el trasero de los profesores. Creo haber visto también la sombra de “La Puya” Martínez un buen proyecto de persona cuyas principales aficiones eran el fútbol y escaparse de clases. Casi siempre lo primero era un estimulo para lo segundo. Me parece ver al “Mono Rubio” devorando los Almanaques Mundiales y aprendiéndose el nombre de todos los ríos y capitales del mundo, para complacerla a usted. Se conocía el nombre y la ubicación en el mapa de todas las montañas, ríos y ciudades más importantes del planeta. Nunca supo decir, extrañamente, el nombre del arroyuelo que pasaba por el traspatio de su casa. El “Mono” perdió matemáticas, religión, inglés y castellano. Pero sacó 9.0 en geografía. Y así sucesivamente he visto el desfile de esas apariciones fantasmagóricas, pero sobre todo, me parece haberla visto a usted, disparando ráfagas de furia a través de sus ojos verdes convertidos en bolas de fuego. Usted debe saber algo, seño Lucy. He venido aquí para concederle la razón. Ese bendito mundial de fútbol de los argentinos puso en el filo de la locura a la pandilla de quinceañeros fulbolmaníacos que usted tenia por alumnos. Nadie se interesaba en las cosas tan importantes que usted trataba de enseñarnos como la campaña libertadora de América del Sur, lideradas por Simón Bolívar y José de San Martín, la conquista del imperio Inca a sangre y fuego por parte de Francisco Pizarro, las Guerras Púnicas entre Roma y Cartago, la alta producción de leche y queso de Holanda no obstante sus dificultades geográficas, la primera y segunda guerra mundial con la consecuente división de alemana... ¡No seño Lucy! Nadie le prestaba atención a usted. Todos estábamos distraídos con las gambetas de Cubillas, Rivelino, Bettega y Ardiles. Con las atajadas de Tomasewsky, Fillol y Leao. Con los goles de Lato, Paolo Rossi y Kempes. Con la fortaleza del brasileño Dirceu y los mellizos holandeses van de Kerkoff. ¿Quién iba a pensar en el uniforme militar y la espada de José de San Martín si otro argentino dedicado a cosas menos importantes como jugar fútbol era el argentino más famoso del mundo en ese momento? Me refiero obviamente a Mario Alberto Kempes, un “matador” sin espada que por igual llenaba de goles las porterías contrarias y de felicidad y orgullo la cara de sus compatriotas. Estábamos en pleno furor del mundial. Un mundial utilizado habilidosamente como cortina de humo detrás de la cual los militares, dueños del gobierno en ese entonces, ocultaron el desastre de su gestión. Treinta mil desaparecidos terminaron de desaparecer detrás de esa cortina adormecedora que embriago a todo el mundo menos a las Madres de la Plaza de Mayo que todavía sienten el peso y el guayabo de no haber visto más a los suyos. ¿Sabe, profesora? Ahora andan unos maestros por ahí con el embeleco de que lo más importante no es la enseñanza ni el aprendizaje ni la memorización sino al aprehendizaje. Yo no me explico eso. Probablemente se trata de un error de ortografía y colocaron una “hache” donde no iba. O tal vez sea otro extranjerismo de esos que inundan nuestra lengua y contra los cuales nos prevenía el profesor de español, dicen cosas muy difíciles de entender. Afirman, por ejemplo, que para el desarrollo de la educación es necesario tener en cuenta la cultura, el ambiente que rodea la escuela, el entorno y todas esas tonterías. Mejor dicho, al “Mono Rubio” le tocaría olvidarse del río Nilo, del Tigris y del Ganges y aprenderse el nombre de los arroyos del pueblo. ¡Qué barbaridad! ¿Cómo le parece, seño Lucy? Una locura, ¿verdad? O sea que hoy en día usted no nos prohibiría que nos viéramos los partidos del mundial. Todo lo contrario, aprovecharía este maligno evento para hablar de esos señores tan desocupados que se pasan la vida “pateando bola” de aquí y de allá para acá. Yo no sé de donde sacó Eduardo Galeano (el mismo de LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA) eso de que “... el fútbol sigue siendo una de las más poderosas expresiones de identidad cultural, de esas que en plena era de la globalización obligatoria, nos recuerdan que lo mejor del mundo está en la cantidad de mundos que el mundo contiene” Si hasta se volvió poeta Galeano hablando de ese deporte. Pero bueno, pensándolo bien, no habría sido tan malo eso de tener en cuenta el entorno y los temas de actualidad para el aprehendizaje. Me acuerdo, por ejemplo, que usted luchaba para que el rector le comprara los mapas que necesitábamos para sus materias. Pero en ese tiempo los periódicos sacaban todos los días los mapas de los países que estaban representados en el mundial. ¡Y nosotros ni leíamos el periódico! Los medios de información publicaban crónicas sobre la producción, la economía, los gobernantes y la cultura de las naciones participantes. Esos periódicos, tristemente arrojados a la basura, nos hubieran servido para aprender. Pero usted tenía razón, seño Lucy. ¿Cómo iba usted a alcahuetear al gobierno para que no nos comprara los mapas? No señor. ¡De ninguna manera! En medio de todo seño, habría sido chévere que antes de los partidos de la selección Perú usted nos hubiera hablado de los Incas. Ellos vivían en lo que hoy es Perú, ¿cierto? El cuento de Pizarro y los caciques, de Machu Picchu y las minas de plata lo hubiéramos captado mejor si nos hace caer en cuenta de que Cubillas y Chumpitaz, figuras del equipo peruano, probablemente eran descendientes de los caciques, de los ayudantes de Pizarro o de algún negro traído de África como esclavo para trabajar en las minas. Y cambiando un poco el escenario, ¿se acuerda de las guerras Púnicas, libradas entre romanos y cartagineses, en las que se enfrentaron el fuerte ejército del imperio más poderoso de la época contra el general Aníbal? Pues, Roma es la capital de Italia y Cartago estuvo localizada en África, en lo que hoy es Túnez. No se como, pero se pudo aprovechar que Italia y Túnez estaban compartiendo el mundial, para contarnos en forma de historia que no es ningún cuento sino pura verdad. La “Squadra Azurra” hubiera también un pretexto para que habláramos de Mussolini, del Fascismo y de la “Cosa Nostra” Siciliana. Por la madonna, carissima profesoressa, la oportunidad que nos perdimos. En la historia del siglo veinte no se puede hablar de Italia sin hablar de Alemania y tampoco se puede hablar del fascismo sin hablar del nazismo. La presencia de la selección alemana no daba pie para hablar de Hitler, del Nazismo y también de las razones que llevaron a la división de este país y al levantamiento del tristemente celebre muro de Berlín. De Holanda, la maravillosa Naranja Mecánica, pudo decirnos que era casi nuestro vecino puesto, que en el Caribe son varias las islas en la cual hondea la bandera de los Países Bajos, se habla holandés y se hacen transacciones en florines. Además, la leche y el queso holandés, se podía conseguir hasta en las tiendas de barrio, con lo que nos habría sido más fácil el estudio de este país. Usted me perdona seño Lucy, pero no habría sido malo el intento. Sobre todo usted contaba con la materia prima necesaria, unos jovenzuelos cuyo corazón tenia la forma redonda de un balón y su cerebro seguramente no era materia gris, sino una masa salpicada de puntos negros y blancos como la bola, esa coqueta y esquiva reina del fútbol, a la que todos cotejan para hacerle daño al rival. Presiento que si esta modalidad se impone, muchas cosas van a cambiar. Tendremos que hablar de la cultura propia y de la historia propia. Las señoras más viejas del pueblo, las que saben todos los sucesos, palmo a palmo, van a recuperar su prestigio. Los profesores de matemáticas enseñaran las primeras operaciones sumando no las delicadas y provocativas manzanas importadas sino el fruto muy autóctono de la iguaraya, el trupío, el mango o la naranja. Serán otros tiempos, mi querida profesora. Tiempos en los que podamos formar ciudadanos de bien, preparados para afrontar un futuro que en el cual el desarrollo pleno del pensamiento será más importante que la acumulación de datos en la cabeza, es decir más importante que la memorización. Seño, ¿para que seguir haciendo esos exámenes con el libro cerrado, pidiendo que el niño recuerde una larga lista de reyes, virreyes, presidentes, héroes, libertadores y escritores, todos ellos muertos? Es como si a usted y a mí no pidieran que recordáramos el nombre de todos los difuntos que están enterrados s en el cementerio del pueblo. Además, cuando sus alumnos sean grandes y necesiten saber algún dato no van a recurrir a la memoria sino a la biblioteca o al computador o, en el más extremo de los casos, tomarán un teléfono para llamar a la seño Lucy u obtener la más precisa de las respuestas. El fútbol, dice Eduardo Galeano, es un triste viaje del placer al deber. Es posible que sea el momento para que, parodiando al escritor uruguayo, podamos convertir a la educación como un intenso viaje del deber al placer.
Quisiera seguir contándole cosas seño Lucy, pero debo terminar aquí. Este año lo voy a perder de nuevo por causa del maldito mundial. Me voy porque dentro de poco van a pasar por televisión los mejores 50 goles del campeonato. Usted sabe, yo sigo teniendo el corazón redondo como una pelota de fútbol.

Si quiere salvarse, haga esto
Si quiere salvarse preste atención a las siguientes líneas. Por estos días la comunidad hispanohablante, conformada por más de cuatrocientos millones de personas, celebramos el día del idioma y una vez más le rendimos tributo a una lengua de la cual extraemos palabras para comunicarnos y fuertes hilos para elaborar el tejido de nuestra identidad.
A quienes nos movemos en el mundo de la academia y de las letras nos preocupa cada vez más la falta de inclinación por la lectura y las consecuencias que se derivan de este hecho. Antes el nivel de lectura era bajo porque un amplio número de ciudadanos tenía limitaciones para aprender a leer. Pero hoy, cuando casi todos han aprendido a hacerlo, los índices de lectura en lugar de aumentar, han bajado dramáticamente. Algunos estudios revelaban que un colombiano leía 2.4 libros en el año pero la cifra ha caído dramáticamente y hay quienes afirman que no llegamos ni siquiera a terminar un libro en doce meses. De hecho algunas personas tienen mucho tiempo de no tomar en sus manos un libro con la intención de leerlo.
Pero no hay que darse por vencidos. Leer es, después de la oralidad, la más antigua forma de aprender y hoy sigue vigente aunque se han cambiado los formatos preferidos por las nuevas generaciones, adeptas y casi adictas a las lecturas ágiles, cortas y atractivas de la internet. Es un hecho: los jóvenes de hoy leen y escriben más que los de antes pero leen y escriben textos cortos, casi telegráficos y algunas veces ininteligibles e incoherentes a través del correo electrónico y el chat. Sin embargo, esta clase de lectura dista de ser la que deseáramos para nuestros niños y jóvenes. Por eso es necesario que nos reconciliemos con un amigo injustamente olvidado e inexplicablemente abandonado en nuestros tiempos: el libro. Y junto con el libro los periódicos, las revistas y en general los textos impresos. No podemos llegar al día en que lo único que los muchachos ( y los que no son muchachos) lean únicamente el número de la tarjeta con la que recargarán su celular. ¿CUÁLES SON LAS VENTAJAS DE LEER?
En primer lugar leer es divertido. Cuando tenemos un libro en nuestras manos conocemos hechos, gentes, historias (verdaderas y ficticias), dramas de este mundo y previsiones sobre el venidero; en resumen, todo un menú de posibilidades para sonreír y tener un rato de buena compañía.
En segundo lugar, la lectura nos permite, desde la comodidad del hogar, o desde nuestra piedra al pie de un frondoso árbol, hacer el fascinante viaje hacia distintas épocas de la historia. Los libros nos permiten desplazarnos por tiempos que no pudimos conocer (porque no fueron los nuestros) pero que podemos explorar a través de los relatos históricos o de la literatura.
Leer es importante también porque nos forma como seres críticos y libre pensadores, con capacidad para discernir, disentir, argumentar y proponer. Leer nos sumerge en el mundo de la sabiduría y nos permite conocer otras culturas al tiempo que fortalecemos la propia.
Leer es una actividad de gente libre. Libre para escoger a sus autores preferidos. Para abandonarlos cuando quiera. Libre para escoger su sitio preferido, su rincón acogedor, su hamaca preferida o su silla predilecta. Leer no produce efectos secundarios aunque sí conlleva un riesgo (uno tenía que haber) y es el de volvernos cada vez más sabios e inteligentes.
Leer es económico. Miles de libros están esperándonos en la biblioteca pública. Leer es, a todas luces, una bendición. Y es una forma de utilizar bien el tiempo. Como acaba de utilizarlo usted en este momento. Dios lo bendiga por ser un buen lector.

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